En el penal de mujeres de Punta de Rieles también ingresaron libros, se inventariaron, se catalogaron y se creó un mecanismo para acceder a ellos. “La lectura fue un oasis, un refugio, un deleite. Desde el primer año en los cuarteles, la llegada de un libro era un acontecimiento. Para disfrutarlo más y mejor, leíamos en grupo. Ésa fue para mí una experiencia inolvidable. No sé si Los ríos profundos, de José María Arguedas, es el mejor libro del mundo, pero en mi recuerdo la emoción y las sensaciones que me provocó fueron incomparables”, recuerda Mercedes.
Ivonne , que permaneció en ese establecimiento todo el período, evoca la imagen “que simboliza el trato de los militares a los libros”.
“Nosotras, las presas, trepadas en las ventanas tratando de adivinar de dónde venía aquel humo que, por alguna razón, nos angustiaba”. Venía de la quema de libros ordenada por el coronel Julio Barrabino. Cuando llegó Mercedes, los militares suponían que a los “peligrosos” se los había consumido el fuego.
A varios kilómetros de Punta de Rieles, el médico Ariel, preso en el Batallón de Ingenieros N° 2 de Florida, recibía de su esposa un ejemplar de Las venas abiertas… y otro de la novela Papillon, del francés Henri Charrière, que trata de una (exitosa) fuga carcelaria. “El de [Eduardo] Galeano se lo pudo quedar porque creyeron que era de medicina”, cuenta el ex preso Vladimiro. “Un día lo encontré a Galeano no sé dónde, no lo conocía personalmente, pero lo paré y le conté”, sigue.
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