viernes, 2 de agosto de 2013

Realidad y ficción






  “En el fondo de mi bolsillo sobrevivió un arrugado prospecto de Redoxon. Lo aprendí de memoria. Luego de atrás para adelante. De memoria construí frases sólo con las palabras del prospecto. Y a la semana me conté un cuento sólo con esas palabras”. “Miles de veces leí y releí el pequeño texto que venía impreso en el interior de las diminutas tapas de los librillos de papel de fumar [...]. Entre fumar, leer mis textos repetidas veces, pensar en los enigmas que planteaban Atala, Parker y Job, se iban las horas, y entrenaba la paciencia. [...]. Mis dos volúmenes se agotaban en las tapas. Por dentro eran finitos. Sus hojitas, tábulas rasas, contenían las historias que uno pudiera contarse. No sé cuántas cosas imaginé para suplantar la letra que no estaba”.










 En un contexto de vejación y aislamiento absoluto, la palabra escrita se transformó en un cable a tierra y en una poderosa herramienta de sobrevivencia. Los testimonios están citados en el libro Trincheras de papel, de Alfredo Alzugarat, ex preso político, que repasa las peripecias en torno a la literatura carcelaria y cómo se fue gestando la Biblioteca Central del Penal del Libertad, así como su catalogación y sistema de préstamo. En el marco de los 40 años del golpe de Estado y desde su lugar en el Departamento de Investigaciones y Archivo Literario de la BN, Alzugarat coordinó la publicación de El libro de los libros que, además de incluir aportes académicos, contiene aquel catálogo en versión facsimilar.


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